Era sábado 15 del mismo mes, estaba en un festival de música con mis amigos, fue la mejor despedida posible.
Llegué a Zvolen (Eslovaquia) sin tener prácticamente ni idea de inglés y muchísimo menos de eslovaco y sin tiempo a adaptarme a lo que sería mi día a día. Empecé teniendo un workcamp con chicos y chicas de todo el mundo, en la escuela en la que trabajaría. Un pueblo de apenas 20 habitantes, casa sin agua, sin comodidades, pero con una gran historia detrás.
Los comienzos fueron duros por la impotencia de no saber expresarme, tener una conversación o poder defenderme en inglés.
Rápido comencé mis clases de inglés con la que se convertiría en una de mis amigas allí, Magdalena.
A partir de ahí comencé a hablar cada día más el idioma hasta poder desenvolverme sola y a poder, por fin, mantener una conversación.
En mi voluntariado aprendí a plantar árboles, hice actividades con niños, organizamos eventos, fui a festivales de música y sobretodo, conocí infinidad de gente de otros países y culturas completamente diferentes, sin duda eso es lo mejor de hacer un EVS.
También hubo tiempo para viajar (Praga, Cracovia, Viena…), cada mes hacía uno. Viajé con amigos que venían de España a visitarme, pero también sola. Fue maravilloso.
Es imposible resumir todo lo que he aprendido y descubrir que todo lo que te propones puedes hacerlo, incluso cosas que ni de lejos pensabas que harías.
Cuando se acerca el fin, los sentimientos son encontrados, por un lado las ganas de volver a casa, pero por otro la pena infinita de que se acaba la aventura y dejas atrás lo que fue tú hogar durante unos meses.
Estela.